Problemas…¿hasta cuándo?
Deudas, enfermedades, soledad, rechazo, engaño, malos entendidos, infidelidad, accidentes, retrasos, expectativas no cumplidas, sueños rotos, desempleo… todas estas palabras tienen algo en común: representan problemas. Algunos duran poco; otros mucho tiempo. Estoy segura de que en este momento tú, al igual que yo, cabes en una de tres categorías en relación a los problemas: estás pasando por uno (o varios), acabas de salir de uno (o varios), o estás a punto de entrar en uno (o varios). Es la realidad de la vida. Pero, quizás estés pensando… “como cristianos, ¿no deberíamos tener menos problemas que los demás?”. Incluso, quizás hayas oído algo así: “ven a Cristo, y Él resolverá todos tus problemas”. El problema con esta manera de pensar, es que convierte a Cristo en un ser que está allí únicamente para cumplir deseos…los cuales, sin duda, incluyen una vida libre de problemas. Y¿a quién no le gustaría tener una vida sin problemas?
La cultura en la que vivimos nos enseña a través de todos los medios, que tú y yo merecemos algo mejor. Merecemos un mejor coche, un mejor perfume, una mejor figura, un mejor esposo, mejores amigas, una casa más grande, una cuenta bancaria más llena, mejor ropa, mejor salud, etc. En pocas palabras, no merecemos sufrir, no merecemos problemas. ¿Has sido tentada a pensar de esta manera alguna vez? Cuando los problemas no parecen darte un descanso, ¿empiezas a dudar de la justicia, la bondad, y el amor de Dios? Me pregunto si alguna vez has oído decir a alguien (o quizás tú misma lo has dicho) “después de todo lo que he hecho para Dios, todos los años de sacrificio, toda mi obediencia, así me trata”, “¿de qué me sirve servir a Dios si al final estoy peor que los demás que ni le aman?”. Sabes que así exactamente se sintió uno de los grandes salmistas. Asaf, en el Salmo 73, básicamente le dice a Dios que en vano ha sido puro porque los impíos prosperan y él no. Lo único que él tiene son problemas, mientras que aquellos que desprecian a Dios viven una vida muy placentera. Me alegro que Dios nos haya dejado este Salmo, porque muchas veces yo me siento igual que Asaf. Si lees el Salmo entero, verás que después de haber meditado en la bondad de Dios su actitud fue transformada. ¿Qué en cuánto a ti y a mí?¿Qué debemos pensar con respecto a nuestras dificultades y cuál debe ser nuestra actitud hacia ellas?¿Debemos esperar una vida sin problemas? Veamos qué nos dice la Escritura.
Quiero que pienses conmigo en estos personajes: José, Job, Ana, Zacarías, Elisabet, Pablo, los apóstoles, y Jesús. Todos ellos amaban a Dios y le eran fieles; sin embargo, todos ellos tuvieron problemas, y problemas muy grandes…muerte de seres queridos, engaño y rechazo por parte de la familia, infertilidad, rivalidad, encarcelamientos, pobreza, hambre, incomodidad, injusticia, maltrato, azotes, martirio, crucifixión. Cuando leo la Palabra de Dios, y miro estos ejemplos, no puedo llegar a otra conclusión…yo también voy a sufrir, yo también voy a tener problemas. De hecho, Cristo nos lo aseguró “….en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Lo maravilloso de todo esto es que los problemas que vienen a nuestra vida no son al azar, no vienen sin propósito. 1 Pedro 1:6-7 nos dice “en lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Este pasaje nos dice que si las pruebas vienen es porque son necesarias. Tú y yo necesitamos pruebas en nuestras vidas para que nuestra fe crezca, y podamos demostrar que es auténtica. La fe verdadera es la única que permanece y crece ante la prueba. La fe no genuina se desvanece ante la prueba. Hace varios años para mi cumpleaños, mi hermana me compró un bolso. Era precioso, color turquesa, del estilo que se llevaba en ese tiempo, y lo mejor de todo es que era de cuero…o por lo menos eso decía la etiqueta. Lo usé un montón. Lo llevaba a todas partes (¡aunque a veces no me combinara!). Me encantaba. Según yo, me iba a durar para toda la vida, porque era de cuero. Pero, un día empecé a notar que el color turquesa se estaba empezando a pelar, y lo que había debajo era tela. Así que ya te imaginas mi desilusión. La “prueba” de tanto uso reveló lo que de verdad era. No pasó la prueba de autenticidad. Es a eso a lo que se refiere el apóstol Pedro. Nuestra fe necesita ser probada. Así que no esperes tener una vida sin problemas, porque vivirás en una constante desilusión. Los problemas vendrán, porque son necesarios.
Entonces, ¿cuál debe ser tu actitud? Como a mí no me gusta sufrir, mi actitud natural es decir “¡no quiero problemas!”, quejarme, y murmurar. Pero Dios quiere otra cosa de mí. ¡Él espera que me goce! “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Santiago 1:2). Quizás estés pensando “eso sí que no lo entiendo, ¿cómo me puedo gozar ante los problemas?” La única manera de hacerlo es humillándote y sometiéndote al Señor, reconociendo que Él es soberano, dejando que sea Su Espíritu quien te controle, y llenando tu mente de la Escritura. No olvides mantener tus problemas en perspectiva. En comparación con lo que nos espera en la eternidad, nuestros problemas no son nada (Romanos 8:18).
Entonces, ¿hasta cuándo tendremos problemas? Creo que ya sabes la respuesta. Sin embargo, puedes gozarte porque, recuerda, cada problema tiene un propósito: probar tu fe, así que ¡aprovéchalos!
Adriana Parks