Hemos visto la comparación de la integridad o sinceridad con el cinturón del soldado. Pasemos ahora al otro uso de este cinturón: fortalecer la cintura y ceñir la armadura. La Palabra utiliza el término “ceñir” para implicar la fuerza: “Me ceñiste de fuerzas para la pelea” (Sal. 18:39), o para indicar lo contrario: “Desata el cinto de los fuertes” (Job 12:21), o sea, debilita su fuerza. Es una virtud que establece y fortalece al creyente en toda su vida; por el contrario, la hipocresía debilita y perturba el corazón: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg. 1:8). El alma tiene tanta pureza e incorruptibilidad celestial como integridad. “Gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en sinceridad” (Ef. 6:24, RV 1909). Entonces, la fuerza de toda virtud estriba en su medida de integridad. Pero la integridad no solo cubre toda debilidad, sino que fortalece el alma para la santa guerra del cristiano.
“La integridad de los rectos los encaminará; pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos” (Pr. 11:3). A pesar de toda su astucia para salvarse, el hipócrita a la larga se hunde por su propia inestabilidad; pero la integridad pone al cristiano a salvo de todo peligro.
La fuerza preservadora de la sinceridad
La hipocresía de Israel consistía en que era “una generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu” (Sal. 78:8). Las piedras mal afirmadas de los cimientos no permanecerán fuertes mucho tiempo.
En el mismo Salmo vemos más de ese amargo fruto en las ramas del hipócrita: “Se volvieron y se rebelaron como sus padres; se volvieron como arco engañoso” (v. 57). Antes de tensar un arco defectuoso, no se ve el problema; pero al tensarlo del todo, se rompe en pedazos. Esto es lo que le pasa a un corazón falso bajo presión.
Pero la integridad mantiene pura el alma ante la tentación. “El que camina en integridad anda confiado” (Pr. 10:9). Sus pasos son firmes, y pasa seguro por el camino más agreste; pero “el que pervierte sus caminos”, aunque escoja el camino más llano, tarde o temprano caerá.
Ya sabemos que la integridad fortalece al cristiano ante la tentación. Veamos ahora algunas maneras como la hipocresía lo lleva a la tentación.
1- La hipocresía se esconde entre la multitud
El hipócrita comprueba su reloj con el del Ayuntamiento, no por el sol de la Palabra. Hace igual que los demás: la voz del pueblo es la voz de su dios. Pocas veces se ve a un hipócrita nadando contra la corriente de la corrupción. El río se lleva las cosas ligeras, y la multitud arrastra a las almas ligeras. Pero el cristiano íntegro tiene peso y prefiere hundirse antes que rendirse a la multitud y flotar con ellos en el río del pecado. Ya que el hipócrita no tiene dirección interior, cede ante la marea como pez muerto. La integridad es un principio de la vida divina y dirige al alma en su camino, sin apoyarse en la multitud, y contra la oposición que seguramente la espera.
Josué habló sinceramente hasta cuando diez de los doce espías dijeron lo que el pueblo quería oír. Las palabras de los falsos profetas que agasajaban el orgullo de Acab no cabían en la boca de Micaías. Este optó por parecer ridículo quedándose solo, en lugar de mostrarse de acuerdo con los 400 que se equivocaban (cf. 1 R. 22:6-8).
2- La hipocresía acepta el soborno del pecado
Nadie más que Cristo y los que conocen su verdad pueden rechazar la mejor oferta del diablo: “Todo esto te daré” (Mt. 4:9). El hipócrita aun en la cima de su profesión de la verdadera religión, aprovechará estas oportunidades, aunque signifique dejarse comprar y vender por el pecado, traicionando a su alma y a Dios. No hay más diferencia entre el hipócrita y el apóstata que entre una manzana verde y una madura; espera y verás como cae podrido de su profesión. Judas fue primero un hipócrita oculto, pero pronto se vio como traidor declarado de Cristo.
El fruto madura con el calor, y algunos hipócritas aguantan más que otros antes de ser descubiertos, porque aún no han encontrado tentaciones lo bastante penetrantes para revelar su corrupción. Los frutos terrenales maduran más en una semana de sol que durante el mes anterior entero. Cuando el hipócrita ve una puerta abierta para conseguir el premio mundano, su deseo interior y la oportunidad externa se unen para hacerle caer. El anzuelo está cebado y no puede evitar mordisquearlo.
Pero la integridad conserva el alma en la hora de la tentación. David oró: “No arrebates con los pecadores mi alma, ni mi vida con hombres sanguinarios [cuya] diestra está llena de sobornos” (Sal. 26:9-10). Y en el versículo 11 declara: “Mas yo andaré en mi integridad”. El alma que anda en integridad no aceptará soborno de los hombres ni del pecado. Los pies de David se plantaron en el “lugar espacioso” de la justicia.
3- El hipócrita cede ante la tentación cuando puede pecar sin control humano
Veamos dos ejemplos específicos de esta verdad.
a.- El hipócrita abraza el deseo en secreto. Observa como se porta el hipócrita cuando cree estar a salvo de las miradas. Ananías y Safira intentaron correr el velo del celo entre su hipocresía y la vista humana al poner algo del dinero a los pies de los apóstoles. Guardaron el resto sin pensar en la mirada de Dios y se presentaron ante Pedro como creyentes de buen nombre.
Pero estos dos profesantes del cristianismo no se mantuvieron mucho tiempo. El hipócrita se esfuerza más en salvar su credibilidad ante este mundo que su alma en el venidero. Cuando su reputación está asegurada por el momento, se niega a pensar en la eternidad. Hacer esto lo revelaría como ateo o incrédulo condenado al Infierno. Guarda entonces una distancia cómoda de cualquier decisión, sin atreverse a permitir que su conciencia le hable.
La integridad preserva el alma de tales imaginaciones vanas. El amo de José estaba ausente, pero su Dios presente. “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9). No contra su amo, sino contra Dios. El cristiano íntegro es fiel a Dios.
b.- Algunos hipócritas pueden estar fuera del alcance de la justicia humana. Labán era grande en su país y oprimió a Jacob con una trama siniestra porque el joven era un pobre extranjero que no podía oponerse a las estipulaciones de su propuesta. Aun Nerón, aquel hombre diabólico, fue al principio la esperanza romana de un gobernante justo y sabio. Si pones el escenario de poder y grandeza para la hipocresía, pronto será desenmascarada.
La rebelión de Roboam contra Dios fue cuando “había consolidado el reino, [entonces] dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él” (2 Cr. 12:1).Ocultó sus intenciones hasta asumir el trono. Pero una vez que se fortaleció con confianza, rompió con Dios. Era como ese capitán falso que abastece el castillo de toda clase de municiones y provisiones, para luego declararse traidor, una vez que puede defender su traición. Aquí la integridad marca la diferencia para el cristiano.
Los hermanos de José hicieron algo peor que quitarle la vida: lo vendieron cruelmente como esclavo a tierra extraña. En la providencia divina, cayeron luego en manos de José estando este en el cenit de su poder en Egipto. Cuando José podría haberles pagado por lo que le hicieron sin temor a las autoridades, su integridad lo puso muy por encima de toda idea de venganza. Redimió la crueldad de ellos con sus propias lágrimas, no con sangre; y lloró de gozo al verlos, cuando el único gozo de ellos había sido deshacerse de él.
Cuando la culpa de los hermanos de José les hizo medir las intenciones de este por sus propios corazones vengativos, él disipó todo el miedo de ellos expresando el profundo amor que les tenía. Ni siquiera nubló el gozo de aquel día mencionando su dolor causado por la cruel experiencia. ¿Qué le conservó en la hora de gran tentación? “Yo temo a Dios”, respondió (Gn. 42:18). Como si dijera: “Aunque seáis mis prisioneros aquí, tengo algo que detiene mis manos y mi corazón de haceros mal: yo temo a Dios”. Esta fue la protección de José: el temor reverente a Dios.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall