v.12.“Pelea la buena batalla de la fe”. Tenemos entre manos asuntos mucho más importantes que estar excesivamente preocupados con las cosas de este mundo. A la vida de la fe se la llama una milicia (1 Ti. 1:8; 2 Ti. 2:3,4). Nuestros enemigos son: Satanás (1 P. 5:8; Lc. 22:31), nuestra naturaleza carnal (Ro. 7:23; Gá. 5:17), poderes de maldad (Ef. 6:12,13) y falsos maestros (Mt. 24:11). Las armas de nuestra milicia no son carnales (2 Co. 10:3,4), sino espirituales (Ef. 6:13-16). El premio del supremo llamamiento de Cristo es la vida eterna. Sobre todo, “echa mano” de ella creyéndola, recibiéndola, gozándola, alimentándola y esperándola. Somos llamados a esta vida divina no sólo por la palabra del Evangelio, sino por la gracia y el poder internos del Espíritu. Pablo encomia a Timoteo por haber “hecho la buena profesión” delante de los apóstoles, la gente de la iglesia, falsos maestros y hombres del mundo (Mt. 10:32-39).
vv.13,14. Se la de a Timoteo un encargo solemne, delante de todos los ministros del Evangelio y delante de todo creyente, de pelear la buena batalla de la fe, de echar mano de la vida eterna, de observar la doctrina y la disciplina de la iglesia, y de predicar el Evangelio de la gracia de Cristo en sinceridad, pureza y sin compromisos.
1. “Delante de Dios, que da vida a todas las cosas,” esto es, que da vida a todas las criaturas, que nos despertó a la vida espiritual en Cristo y que resucitará a los muertos en el último día (Hch. 17:24-28). Los hombres naturales, el mundo y todo lo que hay en él nada son; vivimos para Dios. 2. “Delante... de Jesucristo,” que no sólo es nuestro Señor y Salvador, sino nuestro ejemplo, en cuanto que dio un testimonio fiel, claro y público de la verdad, aun en medio de sufrimientos sin precedentes, aun la muerte de la cruz (Fil. 2:5-8; 3:8; Hch. 20:24). “Hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo”. Esto muestra que Pablo no ideó este encargo para Timoteo solamente, sino para todos los creyentes. No buscamos la alabanza, aprobación y honra que viene de los hombres, sino que predicamos, andamos y vivimos delante de Dios.
v.15. El tiempo de la aparición de Cristo es desconocido para todos, excepto para Dios, pero es seguro. Dios hará que ocurra en el tiempo designado por Él. Nuestro Señor Jesucristo es ahora, y siempre ha sido, el bienaventurado Dios. El es todo-suficiente, la fuente y origen de toda bienaventuranza, y el único Potentado o Gobernador de todo el universo. El gobierna sobre los ejércitos del cielo y sobre los reinos de los hombres (Dn. 4:34,35). El es Rey de reyes y Señor de señores: pone reyes y los quita según le place (Pr. 21:1).
v.16.“El único que tiene inmortalidad”. Los ángeles son inmortales, y también lo son las almas de los hombres, pero su inmortalidad procede de Dios. Sólo Dios tiene inmortalidad por sí mismo. “Que habita en luz inaccesible”. En este estado débil y mortal el hombre no puede soportar ver la santidad, la gloria y el resplandor de Dios (Ex. 33:18-20). Aun las criaturas celestiales cubren sus rostros delante de Él. Nosotros vemos a Dios en Cristo de forma espiritual y salvífica, y aun así imperfectamente, pero cuando venga aquel día glorioso de la resurrección, y la mortalidad de la naturaleza humana sea removida, ¡le veremos como Él es! (1 Jn. 3:1,2.)
v.17. “Advierte a los de buena posición económica y que han sido bendecidos con riquezas, influencia y posesiones materiales que no se enorgullezcan ni envanezcan con motivo de sus bendiciones, de forma que miren por encima del hombro y desprecien a los pobres.” Las riquezas producen fácilmente orgullo. Los ricos están predispuestos a sentirse autosuficiente y a tener en poco a los pobres. Los ricos están predispuestos a descuidar la oración, volverse indiferentes a la adoración y el temor del Señor, y a apoyarse en la seguridad de su posición y posesiones. Esto es necedad. Un necio puede ser rico, y un sabio pobre, pues Dios en su propósito y providencia es quien nos da todo lo que tenemos para gozar, ¡y puede quitárnoslo tan fácilmente como nos lo dio! (1 S. 2:6-8; 1 Co. 4:7.)
vv.18,19. Mucho se requiere de aquellos a quienes mucho se da, ¡por lo cual son responsables! Las verdaderas riquezas consisten en el ejercicio y los frutos de la gracia y en hacer buenas obras. ¡Estemos preparados para repartir y dispuestos a dar para la gloria de Dios y el bien de los demás! Hacer buenas obras, compartir con los demás y ser amables para con los pobres no puede poner el fundamento para la salvación, la vida y la felicidad eterna, pues sólo Cristo es nuestro fundamente seguro, probado y duradero (1 Co. 3:11). Pero la actitud de alguien hacia los demás, su actitud hacia las cosas materiales y espirituales, y su conducta en general en lo que se refiere al amor, la generosidad, la amabilidad y las buenas obras revela ciertamente si tiene a Cristo como su fundamento, y si ha echado mano de la vida eterna (Stg. 2:14-17; Mt. 25:41-46).
vv.20,21.“Guarda lo que se te ha encomendado,” que es el Evangelio (1 Ti. 1:11, 1 Ts. 2:4). Mantenlo puro e incorrupto, predícalo fielmente, y no te apartes del Evangelio por vanos debates y parloteos acerca de la ley, la circuncisión, la profecía, o nuevas doctrinas que no se deben introducir. Los falsos maestros se jactan de sus conocimientos científicos, y se oponen a las Escrituras. Evítalos, pues algunos, pretendiendo ser maestros de ciencia y conocimiento, ¡se han apartado de la fe de Cristo! (Tit. 3:9).