“Ceñidos vuestros lomos con la verdad” (Ef. 6:14). ¿ De qué “verdad” se trata aquí? Algunos dicen que es Cristo mismo, quien es llamado “la verdad” en el Evangelio según Juan. Pero en esta cita el apóstol asigna significados distintos a cada pieza de la armadura, y Cristo no se puede limitar a ninguna de ellas. En su lugar, Él es la unidad en la que estamos completos, comparado con toda la armadura: “Vestíos del Señor Jesucristo” (Ro. 13:14).
Otros creen que el apóstol se refiere a la verdad doctrinal o integridad, y ciertamente ambas cosas son necesarias para completar el cinturón. Ninguna de las dos funciona sin la otra. Claro que es posible tener una especie de integridad sin verdad. Por ejemplo, Dios no aprobaba el celo de Saulo al perseguir la Iglesia cristiana, aunque este creía estar haciéndole un servicio a Dios. Tampoco basta tener la verdad de nuestra parte, si no mora en nuestro corazón. Jehú se oponía férreamente a la idolatría, pero luego arruinó su propio testimonio con su hipocresía. Entonces ambas cosas son vitales: la integridad que plantea un propósito correcto, y el conocimiento de la Palabra de verdad que nos dirige hasta tal fin.
¿A qué se refiere Pablo con la palabra “lomos”? Pedro interpreta a Pablo: “Ceñid los lomos de vuestro entendimiento” (1 P. 1:13; la mente y el espíritu se ciñen con este cinturón de la verdad. Los lomos son para el cuerpo como la quilla para el barco. Todo el barco se conecta a la quilla que lo sostiene. El cuerpo está unido por los lomos; si estos fallan, el cuerpo entero se cae. Aun cuando nos cansamos físicamente, el instinto nos hace apoyar ambas manos en los lomos como refuerzo principal. Por ello, “herir los lomos” es una frase de destrucción: los lomos débiles debilitan al hombre (cf. Dt. 33:11).
Por consiguiente, en la medida en que las acciones de la mente y el espíritu son fuertes o pasivas, así somos de fuertes o débiles como cristianos. Si el entendimiento de uno está claro en cuanto a la verdad, y su voluntad se cimenta sólidamente en propósitos santos, es un cristiano en proceso de desarrollo. Pero si el entendimiento se tambalea y la voluntad es inestable, el hombre es torpe y su vida está llena de impotencia espiritual.
La verdad doctrinal para la mente, y la verdad de corazón o integridad para la voluntad, se unen y refuerzan ambas facultades. Esto es exactamente lo que ocurre cuando se ciñen fuertemente al alma, como el cinturón a los lomos del cuerpo. Aunque estos últimos son la fuerza del cuerpo, necesitan el apoyo del cinturón para mantenerlos inseparables en su fuerza.
La verdad doctrinal como cinturón de la mente
Empezaremos por la verdad doctrinal, llamada “la palabra de verdad” por ser Palabra de Dios, ya que Él mismo es Dios de verdad (Ef. 1:13). Pedro nos aconseja que resistamos al diablo, “firmes en la fe” (1 P. 5:9); esto es, en la verdad. La palabra “fe” aquí es el objeto de nuestra fe, la verdad de Dios. En el versículo siguiente Pedro ora fervientemente para que Dios “os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (v. 10). La concentración de estas distintas expresiones para el mismo fin implica el potencial perturbador de Satanás y la necesidad de estar inamovibles contra él en la fe. En los tiempos revueltos de la Iglesia antigua, era imposible que los cristianos evitaran que se les arrancase la fe sin este cinturón que se la ceñía al cuerpo.
Igual que el diablo tiene el doble plan de robar la verdad a los cristianos, así también hay dos aspectos de estar ceñidos con este don. Primero, Satanás se presenta como serpiente por medio de los falsos maestros para ofrecernos el error en lugar de la verdad. Para defendernos contra su conspiración hemos de ceñirnos el entendimiento con la verdad y fundamentar nuestro juicio en las verdades de Cristo. Segundo, Satanás acude como un león por medio de los perseguidores que pretenden separar a los cristianos de la verdad por temor al peligro y la muerte. La única manera de defendernos de este león es ceñirnos de la verdad y mantener así la profesión de la fe en toda circunstancia.
El juicio fundamentado en las verdades de Cristo
Ya que Satanás acude como serpiente a través de los falsos maestros para engañarnos sustituyendo la verdad con el error, cada cristiano necesita un juicio fundamentado en las verdades de Cristo. Los de Berea estudiaban la Palabra para asegurar su juicio acerca de la doctrina que Pablo predicaba. Se negaban a creer nada de lo dicho antes de “[escudriñar] cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Cotejaron la doctrina del predicador con la Palabra escrita; y como resultado “creyeron muchos de ellos” (v. 12). Igual que no se atrevían a creer antes de consultar, así no podían evitar creer después de hacerlo.
Tertuliano describió la predicación de los herejes así: “Enseñan con la persuasión, pero no persuaden por su enseñanza”. Esto es, apelan a las emociones de los oyentes sin convencer su mente. Por ejemplo, sería difícil que un adúltero convenciera a su compañera de que la prostitución de ella es legítima. En su lugar, apela a su carne con el romanticismo. Pronto se olvidan las cuestiones legales. El juicio se absorbe rápida y fácilmente por la pasión ardiente.
Así el error entra por la ventana como un ladrón; pero la verdad, como dueña de la casa, entra por la puerta del entendimiento y de allí pasa a la conciencia, la voluntad y sentimientos. El que encuentra y profesa la verdad antes de comprender su excelencia y belleza no puede apreciar plenamente el valor de su origen y linaje celestial. Un príncipe que viaja disfrazado no es honrado porque la gente no se da cuenta de su identidad. La verdad es amada y apreciada solo por aquellos que la reconocen personalmente. Si no deseamos conocer la verdad, ya la hemos rechazado. No es difícil robarle la verdad a uno que no sabe lo que tiene.
La verdad y el error son iguales para el hombre ignorante que llama a todo verdad. ¿Has oído hablar del avaro que constantemente se abraza a sus muchas bolsas de oro? Nunca las abre, ni utiliza el tesoro, de manera que cuando un ladrón le roba el oro y deja las bolsas llenas de piedras en su lugar, ese hombre está tan contento como cuando tenía el oro.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall