Jer.17:9 Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? 1. Hay que vigilar constantemente
La lámpara de Dios en el tabernáculo debía “arder continuamente” (Éx. 27:20; 30:8). Esto es, día y noche. ¿Y qué es la vida en este mundo de principio a fin sino una noche oscura de tentaciones? Cristiano, es muy importante asegurar que tu lámpara no se apague en esta oscuridad, ni que tu enemigo te sorprenda desprevenido. Si te sumes en el sueño espiritual, eres blanco fácil para su ira. Puedes estar seguro de que si te dejas vencer por el sueño, el diablo se enterará. Sabía cuando dormían los apóstoles y deseaba “zarandearlos como a trigo” (Lc. 22:31). El ladrón se levanta cuando los hombres honrados se están acostando. Estoy seguro de que el diablo empieza a tentar cuando los cristianos dejan de vigilar. Sé consistente en la vigilancia, o lo perderás todo.
Algunos creyentes, heridos por una caída grave en el pecado, se cuidarán mucho durante algún tiempo en cuanto a dónde andan y con quién. Pero a medida que ceda el dolor de su conciencia, se les olvidará vigilar y otra vez se volverán distraídos. Un tendero que acaba de sufrir un robo se cuida muy bien de cerrar la tienda a cal y canto. Hasta puede quedarse de guardia algunas noches; pero con el paso del tiempo baja la guardia y termina por dejar de prestar atención.
Josefo, en sus Antigüedades de los judíos, nos cuenta que los hijos de Noé vivieron solamente en las cimas de las montañas durante muchos años después del Diluvio, sin atreverse a construir casas en tierras bajas por temor a ahogarse en otra inundación. Pero al pasar el tiempo sin que eso aconteciera, se atrevieron a bajar al llano de Sinar, en donde su temor dio paso a uno de los hechos más atrevidos y arrogantes contra Dios ideados por el hombre: intentaron construir una torre que alcanzara el cielo (Gn. 11:2-4). Los mismos que antes tenían tanto miedo de ahogarse que no osaban bajar de las colinas, al final urdieron un plan para protegerse contra todo intento sucesivo del Dios de los cielos para juzgarlos.
El juicio de Dios a menudo impresiona tanto al espíritu del hombre que durante un tiempo este se aleja del pecado. Pero al continuar el buen tiempo y observar que no se nubla el cielo, el hombre vuelve a su antigua maldad y se hace más osado que nunca. Si quieres ser un verdadero soldado de Cristo, vigila siempre sin ceder. No te acuestes junto al camino como un viajero perezoso; reserva el momento del descanso hasta llegar a casa y estar fuera de peligro. Dios no descansó hasta terminar la obra del último día de la creación; tampoco tú debes dejar de velar y trabajar hasta poder decir que tu salvación está completa.
2. Hay que vigilar permanentemente
El vigilante honrado hace la ronda fielmente y recorre todo el pueblo. No limita sus cuidados a una o dos casas. Tú también debes vigilar todo tu ser: un poro de tu cuerpo es puerta suficiente para que entre un enemigo que puede hacer peligrar tu bienestar espiritual. Es triste que haya tan pocos que vigilen en cada área. Puedes poner un freno en tu boca para que no salga de ella ninguna expresión impura; ¿pero vigilas también la puerta del corazón para que no lo mancille la lujuria? (cf. 2 Cr. 23:6). Tal vez apartas tu mano de la bolsa de tu vecino, ¿pero se resiente tu corazón envidioso por las bendiciones que Dios le ha dado a él? Un cristiano que sea verdaderamente escrupuloso en cumplir con un deber puede estar falsamente confiado en cuanto a otros.
Si el apóstol nos manda: “Dad gracias en todo” (1 Ts. 5:18), también es necesario vigilar en todo para que Dios no pierda su alabanza. Ningún acto es demasiado insignificante para hacer de él un servicio a Dios o al diablo. No hay nada en toda la creación tan pequeño que no lo cuide la divina providencia, hasta un gorrión o un cabello. Igualmente, ninguna obra o palabra tuya debe considerarse demasiado poco importante como para vigilarla. Jesús dijo que seremos juzgados por toda palabra ociosa que pronunciemos (Mt. 12:36).
3. Hay que vigilar sabiamente
No se debe descuidar el diezmo de “menta, eneldo y comino”, pero no dejes que la preocupación con las cosas pequeñas te ciegue a la maldad en cosas mayores: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mt. 23:23).
Empieza correctamente tu obra, prestando atención a tus principales deberes cristianos. Supongamos que un hombre que emprende un viaje le pide a su siervo que cuide de su hijo y arregle la casa en su ausencia. A la vuelta, ¿premiará al criado por limpiar la casa si lo encuentra tan absorto en la tarea que deja al niño caerse en el fuego y hacerse un daño grave? ¡Claro que no! El niño era el encargo más importante y debía haber sido prioritario; el otro deber venía después. Pero cuando has desempeñado tus deberes principales, no abandones los demás.
Últimamente se ha prestado mucha atención a los detalles de la adoración, ¿pero quién cuida del niño? Esto es, los deberes principales del cristiano. ¿Ha habido una época de menos amor, compasión, abnegación o poder de santidad que la presente? Desafortunadamente, estos deberes cardinales —como el niño— corren peligro de morir en el fuego de contención y división que un celo perverso por las cosas menores ha encendido entre nosotros.
Vigila especialmente aquellas áreas donde sabes que tienes cierta debilidad. La parte más débil de la ciudad necesita una guardia especial; en el cuerpo, las partes más vulnerables se cubren para mantenerlas más protegidas. Me sorprendería mucho que el material de tus dones fuera tan consistentemente fuerte que no hallaras ningún punto débil.
Acepta mi consejo en este asunto, y vigila especialmente aquellas áreas donde encuentres debilidad. ¿Tienes la cabeza —esto es, el juicio— débil? Asegúrate de no relacionarte mucho con aquellos que solo beben el vino fuerte de las “ideas seráficas” y las opiniones encumbradas. ¿Son las pasiones tu debilidad? Vigílalas como aquel que vive en una casa con techo de paja, vigila cada chispa que sale de la chimenea, por temor a que alguna llegue al heno e incendie toda la casa. Cuando la casa del vecino está ardiendo, echamos agua en nuestro propio tejado o lo cubrimos con una lona mojada. Cuando el fuego sale de la boca de otro, derrama agua sobre tu propio espíritu inflamado para evitar que el fuego te queme a ti. Para estas situaciones siempre debes disponer de algún versículo refrescante que ahogue la ira.
Estas medidas preventivas te ayudarán a asegurar la casa contra los ataques del diablo. Cuando el adversario haya sido derrotado, tú seguirás “firme”.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall