Hay dos cosas a considerar: - El hipócrita profana la santa adoración a Dios
Judas se sentó confiado entre los demás apóstoles en la Pascua, y se sintió tan acogido como el invitado más santo. El fariseo soberbio se puso en el Templo al lado del publicano quebrantado. Pero las oraciones de tales hombres le suenan a Dios como aullidos de lobo o ladridos de perro. La hábil mano de David tocaba el arpa con tanta paz que calmaba la ira de Saúl. Pero la música y la falsa adoración del hipócrita mueven el dulce Espíritu de Dios a la ira y hacen que los castigue.
a) El hipócrita se burla de Dios
Pero Dios no será burlado. Jesús ilustró esta doctrina al maldecir la higuera, cuyas hojas verdes invitaban a los hambrientos a buscar fruta en ella pero los alejaba sin nada. Si también hubieran faltado las hojas, habría escapado de la maldición de Cristo.
Toda mentira se burla del que la oye, porque el mentiroso lo toma por necio y le roba la verdad. Dalila preguntó a Sansón por qué le había mentido, como si dijera: “¿Por qué te burlas de mí?”. El mandamiento de Dios es que ninguno comparazca ante Él con las manos vacías, pero eso mismo hace el hipócrita, burlándose así de Dios. Puede acudir con la boca llena, pero su corazón está vacío.
Sin embargo, en cuanto a la formalidad del culto, a menudo el hipócrita sobrepasa al cristiano íntegro. Se le puede llamar “maestro de ceremonias”, porque intenta entretener a Dios con lengua y rodilla, con palabras y ritos externos. Pero Dios mira el corazón. Si el vino es bueno se puede beber en una copa de madera. Pero si una copa maravillosa labrada está vacía, el anfitrión se burla de su invitado al ofrecérsela.
Cristo acusó a Sardis: “No he hallado tus obras perfectas delante de Dios” (Ap. 3:2). Perfectas o plenas ante Él, según el original. La integridad es lo que cumple nuestro deber y todas nuestras acciones. La frase “delante de Dios” implica que aquella iglesia contaba con una forma externa de devoción y, por tanto, había mantenido una reputación aceptable ante el hombre. Tenía un nombre que mantener, pero sus obras no eran perfectas ante Dios. Entonces Él las examinó más profundamente de lo que el hombre podría y la juzgó por lo que encontró en su interior.
b) La hipócrita adora por razones egoístas
Los motivos egoístas hacen la adoración del hipócrita aún más abominable para Dios, el cual no permite que se prostituyan sus ordenanzas santas para servir al deseo del hipócrita. Tal persona utiliza la adoración por conveniencia como el agua que mueve su molino y lleva a cabo sus proyectos carnales.
Cuando Absalón concibió una conspiración en su corazón fingido, y estuvo tan henchido de traición como una serpiente con un huevo venenoso, corrió a Hebrón para pagar un antiguo voto que había hecho a Dios en un momento de aflicción. Normalmente pensamos que somos honrados cuando empezamos a pagar nuestras deudas antiguas. Pero para Absalón este mandado no era más que el medio para poner su traición bajo las cálidas alas de la religión, sabiendo que una conveniente reputación de piedad la incubaría antes.
¿Has tenido alguna vez invitados a una cena costosa en tu casa y has visto cómo tiran el plato principal a los perros? El hipócrita echa las cosas santas de Dios a los perros: algunas a su deseo, otras al orgullo, otras a la codicia. Esto debe entristecer el corazón tierno de Dios, que nos invita a sus medios de gracia como a un rico festín, esperando tener dulce comunión con nosotros. ¡Qué pecado tan horrible cuando el hipócrita solo acude a la mesa de Dios para alimentar sus propios deseos! Hamor y su hijo Siquem, por ejemplo, persuadieron a los hombres de su ciudad a someterse a la circuncisión, argumentando que los haría ricos: “Que se circuncida todo varón entre nosotros […]. Su ganado, sus bienes y todas sus bestias serán nuestros” (Gn. 34:22,23). ¡Por sus argumentos, parece que iban a una feria de ganado!
La mayoría de los hipócritas no son tan estúpidos como para imprimir sus pensamientos más íntimos a fin de que el mundo pueda leerlos, pero consideramos las palabras de la reina María Tudor. Una vez ella dijo que si se la descuartizara, se encontraría grabado en su corazón el suelo francés de Calais: lo que más deseaba conquistar. Igualmente, en el corazón de todo hipócrita se encontrarían grabadas cosas tan viles como la mundanalidad y vanagloria como sus metas religiosas más altas.
2. El hipócrita finge una relación con Dios y Cristo
¿Quién es más rápido para llamarse cristiano y reclamar la gracia y los consuelos del Espíritu Santo que el hipócrita? Lo vemos en los fariseos, cuya ambición era tener una reputación, no debida a sus capacidades o cualidades mundanas, sino a la santidad y la santificación. Y eso era todo lo que obtenían. Cristo dijo de ellos: “De cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mt. 6:2). La gente los considerados grandes cristianos y aplaudía su santidad superficial hasta tal punto que había un refrán: “Si solo se salvaran dos personas, una de ellas sería un fariseo”.
Algunos profesan conocer a Dios pero sus obras lo niegan; se jactan de su relación con Cristo pero su vida está muy lejos del Cielo. El hipócrita ansia tanto pasar por cristiano que, a menudo, critica mucho las verdaderas virtudes de otros para parecer mejor: como Herodes, quemó las antiguas genealogías de los judíos para ocultar su baja cuna. ¿Quién puede sondear la vulgaridad de este ambicioso pecado de la hipocresía? Ofende gravemente a Dios el que semejante canalla reclama un parentesco con Él. Cristo “no se avergüenza” de llamar “hermanos” a los cristianos más pobres (Heb. 2:11), pero le disgusta ver su Nombre asociado con un hipócrita de podrido corazón.
De todos los pecadores, el hipócr¡”a es el que hace más daño en este mundo y, por tanto, tendrá mayor tormento en el otro. Sin embargo, la religión ha demostrado ser el cebo más eficaz del hipócrita al intentar capturar a otros con su error y su pecado, finciendo ser hijos de Dios.
Aod, por ejemplo, no pudo elegir mejor llave para abrir las puertas de acceso al rey Eglón que diciendo que tenía un mensaje de parte de Dios. Esto creó tal ambiente de confianza y expectación, que Eglón le dio la bienvenida. Cuando estaban los dos solos, el rey se levantó para oír la palabra del Señor de boca del mentiroso, pero en su lugar recibió una muerte brutal (Jue. 3:14-30).
Confieso que el hipócrita puede hacer tan bien su papel que, sin quererlo, causa algún beneficio. Su brillante profesión de fe, sus palabras celestiales y su elocuente predicación pueden dar alguna medida de consuelo real al que busca sinceramente. Como un actor principal que quita las pasiones del público con sus falsas lágrimas, el hipócrita, en su papel religioso, es capaz de encender brevemente las virtudes verdaderas del creyente. Pero es entonces cuando el cristiano puede correr el más grave de los peligros, porque no sospecha de aquel que una vez lo ayudó espiritualmente.
Hubiera sido mucho mejor para Sisara el cananeo pasarse sin la mantequilla y la leche de Jael, que quedar clavado al suelo de la tienda engañado por la falsa hospitalidad de aquella mujer. Igualmente es ventajoso para nosotros no probar los dones gratuitos y las virtudes regaladas de esos santos de teatro, aplaudiendo y embriagándonos con su admiración. A veces, mantener una distancia calculada del hipócrita es la forma más segura de evitar que nos convenzan con errores.
Otro daño causado por la hipócrita es el escándalo ocasionado a la iglesia cuando se le cae la máscara. La Palabra dice de Sansón: “Los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida” (jue. 16:30). Verdaderamente, los hipócritas hacen más daño al ser descubiertos que cuando parecen vivir la profesión de su fe. Es como si entonces pusieran una gran vara en manos de los malvados que han buscado la manera de golpear a los cristianos. ¡Qué prontos están estos a causar división y manchar el rostro de todos los creyentes con el barro que ven en la manga de un solo hipócrita!
Los que acusan al cristianismo señalan al hipócrita que hay en la iglesia, y razónn que todos los creyentes son como él. Por supuesto, esto es tan absurdo como decir que ninguna moneda tiene valor porque ha encontrado una falsa entre muchas. Pero este lenguaje es cómodo para el discurso del mundo impío. ¡Ay de aquel cuya hipocresía fabrica las flechas que luego se disparan contra los cristianos! Sería mejor que lo echaran al mar con una piedra al cuello, que dejarlo vivir para dar ocasión al adversario de blasfemar.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall