Efe. 4:15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo… 1. Conforma tu corazón a la verdad
El ser parecido a alguien es la base del amor. Un corazón carnal no puede amar la verdad porque no se parece a ella. ¿Entonces, cómo es posible que un corazón terrenal ame la verdad pura y celestial? Produce tristeza cuando vemos que el entendimiento entra en conflicto con los sentimientos, y cuando el juicio y la voluntad andan con yugo desigual. ¡La verdad en la conciencia riñéndole a la pasión en el corazón! Como si se tratara de una pareja reñida, pueden convivir durante algún tiempo; pero el descontento pronto expulsará a la verdad, como Asuero hizo con Vasti, para acoger principios que no riñan con la inclinación de su corazón al pecado. Esto ha separado a muchos de la verdad en esta época libertina: no pueden pecar tranquilos y guardar el juicio sano a la vez.
Pero si el poder de la verdad te ha transformado según su imagen por la renovación de la mente, haciendo que lleves fruto parecido a ella, nunca te separarás de ella. Antes tendrías que separarte de la nueva naturaleza que el Espíritu de Dios ha implantado en ti. Pero ahora hay una nueva unión entre la verdad y tú —o entre Cristo y tú— que nunca se podrá romper.
Un gran poder acompaña al matrimonio: dos personas que apenas se conocen pueden abandonar a sus amigos y parientes para disfrutar uno del otro cuando el amor une sus sentimientos y el matrimonio sus personas. Pero un poder mayor acompaña al matrimonio místico del alma con Cristo, del alma con la verdad. La misma persona que antes de su conversión no daba ni un céntimo por Cristo y su verdad, ahora, unido a Cristo por la obra secreta del Espíritu, puede abandonar el mundo entero para unirse a Él.
Un perseguidor se burlaba de cierto mártir preguntándole si no amaba a su mujer e hijos demasiado para morir. El creyente respondió: “Sí, los amo tanto que no los dejaría por todos los bienes de un duque; pero por Cristo y su verdad, ¡adiós a todos ellos!”.
2. Que tu corazón se llene continuamente del amor de Dios
Esto obrará en ti un amor a la verdad. El amor ve aquello que aprecia su amado, y lo ama por su causa. El amor de David por Jonatán le hizo preguntar por la descendencia de este para poderles mostrar su amistad por causa suya. El amor a Dios hace que el alma busque lo que Dios ama para expresar el deseo por la verdad y así manifestar su amor a Dios. Él ha puesto un alto precio a la verdad: “Has engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas (Sal. 138:2). Miremos algunas de las maneras en las que Dios valora la verdad:
La misericordia de Dios al revelar la verdad
Cuando Dios por su gracia revela su Palabra al pueblo, le da una de las mayores misericordias que este pueda recibir: las llama “las grandezas de mi ley” (Os. 8:12). Lo que un pueblo pueda recibir de manos de Dios sin su verdad, no se puede comparar con la verdad más que el pan y agua dado a Agar e Ismael con la herencia de Isaac. Y Dios, que sabe apreciar sus propios dones, dijo acerca de la Palabra revelada a Jacob, que él “no ha hecho así con ninguna otra de las naciones” (Sal. 147:20); esto es, no con la misma riqueza y gracia.
b. El cuidado de Dios para conservar su verdad
Dios nunca ha dejado que la verdad se pierda. En los naufragios la gente no intenta salvar las cosas triviales y de poco valor, sino lo más apreciado. En todas las grandes revoluciones de reinos e iglesias, Dios ha preservado su verdad. Miles de cristianos han perdido la vida, pero el diablo odia más a la verdad que a los cristianos. ¡Y sigue viva!
Si la verdad no fuera tan preciosa para Dios, Él no permitiría que se comprara con la sangre de su pueblo y, más importante aún, con la de su Hijo. En aquel gran día, cuando los elementos terrenales se fundan en el fuego, la verdad de Dios ni siquiera olerá a chamuscado: “La Palabra del Señor permanece para siempre (1 P. 1:25).
c. La severidad de Dios ante los enemigos de la verdad Hay una maldición terrible sobre aquel que añada a la verdad o quite de ella. Lo uno atrae todas las plagas escritas en la Biblia; lo otro borra su herencia del libro de la vida y de la ciudad celestial. No es asombroso que Dios valore tanto la verdad, cuando consideramos lo que es: la sustancia de sus pensamientos y consejos desde la eternidad hasta la eternidad. Es la representación más plena que Dios mismo pueda otorgar de su Ser para que podamos conocerlo y amarlo.
Los príncipes solían enviar su retrato por medio de embajadores a la joven con quien querían casarse. Dios es tan infinitamente perfecto que ninguna mano más que la suya puede dibujarlo fielmente; y esto es exactamente lo que ha hecho en su Palabra. Por ello, los cristianos de todos los tiempos le han entregado sus corazones con gozo.
Al aceptar o rechazar la verdad, aceptamos o rechazamos a Dios. Aunque los hombres no pueden destronar a Dios ni quitarle su divinidad, se acercan lo más posible a ello cuando atacan la verdad: ejecutan a Dios en efigie. Pero Dios no cesa de desear que los que le amamos nos aferremos a su verdad.
3. Medita con frecuencia en la excelencia de la verdad
El ojo es la ventana por donde entra el amor, y el ojo espiritual que puede ver la verdad en su hermosura nativa no puede menos que amarla. Así se extasió el corazón de David con el amor por la Palabra de verdad: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal. 119:97). David encontró gran diferencia entre la meditación de las verdades de la Palabra y lo mejor que pudiera ofrecer el mundo: “A toda perfección he visto fin” (v. 96). Al poco de pensar veía el fondo de la gloria del mundo, pero al mirar la verdad de Dios, sus pensamientos se expandían en admiración y dulce meditación: “Amplio sobremanera es tu mandamiento” (v. 96).
Los grandes barcos no navegan por ríos estrechos o aguas poco profundas; tampoco la mente llena del conocimiento celestial de Dios encuentra espacio libre en las filosofías del mundo. Un alma llena de gracia pronto encalla en esas marismas; pero si se lanza a la meditación de Dios, su Palabra y las verdades misteriosas del evangelio, encontrará aguas anchas, y un océano para sumergirse.
Quiero dirigir tu meditación hacia algunas cosas preciosas que encontrarás al explorar estas verdades.
La verdad es pura
No solo es pura sino que purifica y santifica al alma que la abraza: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). Es el agua pura que Dios utiliza para lavar el alma: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré” (Ez. 36:25).
b. La verdad es segura
La verdad tiene fondo firme; podemos apoyar todo el peso del alma sobre ella, sabiendo que no se romperá. Aférrate a la verdad y ella se aferrará a ti. Te acompañará a la cárcel y adonde vayas por su causa: “No ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas” (Jos. 23:14).
Sea lo que fuere lo que te promete la verdad, considéralo como dinero efectivo en tu bolsillo. Policarpo dijo: “Durante sesenta años he servido a Dios, y lo hallo buen Amo”. Cuando los hombres abandonan la verdad en aras del progreso, están pidiendo una desilusión. Los halagan con promesas vanas para alejarlos de la verdad y no salen mejor parados que Judas después de entregar al Maestro en manos de los judíos.
c. La verdad es libre
Y aquel que se aferra a ella también: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn. 8:32). Pero Cristo dijo claramente a los judíos la razón de su esclavitud: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (v. 44). Todo pecador es esclavo de Satanás. Aquel que tiene encima el parásito de la lascivia no encuentra descanso, debiendo servirla todos los días. Pero si todos los deseos diabólicos tuvieran clavado al pecador al suelo de la prisión de Satanás, y la verdad de Cristo le abriera el corazón, pronto se verían temblar los cimientos de la prisión, abrirse sus puertas y caérsele las cadenas.
La verdad no se puede atar. Tampoco permanecerá en un alma atada por el pecado. Una vez que la verdad y el alma se ponen de acuerdo —Cristo y el alma—, la persona puede levantar su cabeza sabiendo que su redención y liberación de la esclavitud espiritual se acercan. La llave ya está puesta en la cerradura para sacarlo. Es imposible conocer la verdad como “está en Jesús” y permanecer extraños a la libertad que la acompaña (cf. Ef. 4:21)
d) La verdad es victoriosa
La verdad prevalecerá sobre todo. Es el gran propósito de Dios, y aunque las muchas conspiraciones constantemente generen violencia contra el mismo, este propósito divino está firme. A veces los enemigos de la verdad toman las fuerzas de este mundo terrenal en sus propias manos, y la verdad parece caer al suelo; y a menudo los que testifican acerca de su belleza mueren.
Pero mejor será que esos perseguidores no compren mármol para grabar en el mismo sus victorias: el polvo les bastará, porque no durarán. “Tres días y medio” los testigos pueden yacer muertos en las calles, y la verdad los velará (Ap. 11:11). Pero después de ese corto tiempo se levantarán de nuevo y la verdad triunfará con ellos.
Si los perseguidores pudieran matar a los sucesores de sus víctimas, su obra no sería tan temporal; no tendrían que temer que otro derribara lo que ellos edificaron. Pero aun entonces su obra estaría abierta al Cielo y se podría frustrar tan fácilmente como la de Babel. Se puede recibir noticia de que la verdad está enferma, pero nunca muere. Es el error el que tiene corta vida: “La lengua mentirosa [permanecerá] sólo por un momento” (Pr. 12:19).
La verdad vive para reinar en paz con los que están dispuestos a sufrir por ella. Cristiano, ¿no quieres ser uno de los vencedores que acompañarán al carro victorioso de Cristo a la ciudad celestial y recibir una corona con los santos fieles que se mantuvieron firmes en los días de su milicia, cuando Cristo y su verdad luchaban contra Satanás aquí en la tierra? Con tus pensamientos, limpia la sangre y las lágrimas que ahora cubren la cara de la verdad sufriente y ponía ante tus ojos tal como será en la Gloria.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall