El campo de batalla “en las regiones celestes” La última parte de la descripción de nuestro gran enemigo es algo ambigua en el original. La mayoría la traducen “en las regiones celestes”, como si el apóstol quisiera destacar el lugar ventajoso del enemigo al estar por encima de nosotros. Pero algunos interpretes, antiguos y modernos, la traducen no como “en las regiones celestes” sino como “en las cosas celestiales”. Esto significa que Pablo quiere decir en esencia: “No luchamos por trivialidades, sino por lo celestial… ¡por el Cielo mismo!”.
Esta me parece la interpretación preferible por varias razones:
Primera: el mismo término en otros pasajes de la Palabra se traduce por “cosas”. Aparece unas veinte veces más en el Nuevo Testamento y nunca se interpreta como un lugar en el aire, sino, siempre como cosas verdaderamente celestiales y espirituales. Si la palabra significara lugar, sería un lugar celestial y, por tanto, un lugar vedado al diablo.
Segunda: ¿De qué sirve indicarnos que Satanás está en un lugar por encima de nosotros? Si sabemos algo acerca de los espíritus, sabemos que por antonomasia están “por encima” de nosotros.
Siendo inmateriales —no limitados a carne y hueso— tienen esta ventaja. Pero si interpretamos la palabra como cosas, eso añade peso a todas las demás ramas de esta descripción que hemos estudiado en profundidad. Significa entonces que luchamos contra principados, potestades y malicias espirituales por el mayor de los premios: el ofrecido por el mismo Cielo. Tal enemigo y tal premio deberían hacernos sumamente esmerados en cómo manejamos el combate.
El llamamiento celestial del cristiano
¿Cuál es entonces la premisa de Pablo? Sencillamente, que estamos en una lucha de vida o muerte con Satanás mismo, con la mirada fija en el Cielo. Es decir que el mayor deseo de Satanás es robarle al cristiano todo lo celestial, dejándolo indigente. El cristiano como tal es un extranjero en la tierra: todo lo que tiene o desea es celestial. De forma que cualquier cosa que ocurra aquí abajo está muy alejado de su verdadero ser o felicidad, y no interfiere ni con su gozo ni con su pena.
Si se colma a un hombre de toda riqueza y honra terrenal, no por eso será cristiano. Si se inunda con ellas a un cristiano, tampoco lo harán un mejor cristiano. Despojado y desnudo, el cristiano seguirá siendo cristiano, y tal vez un cristiano mejor.
Satanás podría hacerle poco daño al cristiano sincero si únicamente dirigiera sus poderes contra los gustos externos de este, porque no significan nada en comparación con su herencia espiritual. De hecho, el ataque satánico contra los bienes terrenales del cristiano no le daña más que si un ladrón desnuda a alguien ¡y luego le da una paliza al montón de ropa! En tanto en cuanto prevalezca el espíritu de gracia en el corazón del cristiano, este se ha despojado del deseo por las cosas mundanas; de ahí que el botín que Satanás acecha es su tesoro celestial: su naturaleza, ocupación y esperanzas.
La naturaleza del cristiano es celestial, nacida de arriba. Igual que Cristo es el Señor venido del Cielo, todos sus hijos son celestiales. La santidad de Cristo manifestada en ti, le recuerda a Satanás su primer estado. Él ha perdido la hermosura de la santidad para siempre, y ahora como verdadero apóstata intenta estropearla en ti.
Dios pone el sello de su imagen en el rostro de tu alma. Esta belleza es lo que nos hace más semejantes a Dios. Él anhela ver su clara semejanza reflejada en sus hijos, y sus hijos verdaderos anhelan parecerse a él. Satanás lo sabe, y obra incansablemente para desfigurar la imagen divina. Malograr la naturaleza del cristiano avergüenza a este y trae ignominia sobre Dios, al distorsionar su imagen. ¿No vale la pena arriesgar la vida contra este enemigo que Quiere aniquilar aquello que nos hace más semejantes a Dios?
2. La ocupación del cristiano es celestial. Es decir, que Dios es nuestro director. Podemos sembrar en la tierra pero la cosecha será en el Cielo. Esto mantiene el corazón y los deseos en un plano celestial. En sentido espiritual, los pies del cristiano se plantan allí donde otros ni ven el terreno. Pisa la Luna y se reviste del sol. Mira abajo a los hombres terrenales como el que está en lo alto de una colina contempla a los que viven en las marismas. Mientras él respira el puro aire celestial, ellos se ahogan en el miasma de placeres y ganancias carnales. Él sabe que una sola perla celestial vale más que toda una vida acumulando bienes terrenales.
La gran ocupación del cristiano es hacer aquello que haga progresar el Reino de los cielos. No solamente se interesa por su propio bienestar, sino que recluta de buen grado a sus amigos y vecinos para su empresa eterna. Esto alarma al Infierno: ¿Qué…? ¡No se contenta con ir solo al Cielo, sino que utiliza su ejemplo santo y su trabajo fiel para llevarse consigo a otros! Esto hace salir al león rugiente de su guarida. Tal cristiano seguramente encontrará al diablo oponiéndosele en su camino.
3. Las esperanzas del cristiano son todas celestiales. El cristiano no espera una satisfacción duradera de nada en el mundo. De hecho, se consideraría la persona más miserable de la historia si los únicos premios que esperara de su religión fueran a este lado de la eternidad. No; él anhela el Cielo y la vida eterna. Aunque sea tan pobre que no pueda dejar ni un céntimo en su testamento, se tiene por mayor heredero que el hijo del rey más importante de la tierra.
La esperanza es la virtud que nos enseña a regocijarnos en la promesa de la gloria y nos acompaña en nuestros peores momentos. Cuando la situación es tan grave que no imaginamos ninguna forma en que pueda empeorarse, la esperanza levanta nuestros ojos de los problemas del momento y los fija en el gozo eterno por venir. Podemos hasta sonreír delante de nuestros perseguidores, sabiendo que en poco tiempo la cruz se nos quitará de los hombros para siempre, y las cabezas de los siervos del diablo serán despojadas de sus coronas terrenales. Se habrá agotado el gozo de estos, pero el creyente lo disfrutará sin fin.
La comprensión de esta verdad llena al cristiano de tal gozo que no escucha las mentiras del diablo acerca de la infidelidad o negligencia hacia Dios. Cerrando los oídos a las burlas de Satanás, abre su corazón a las promesas de la Palabra de Dios y descansa en ellas. Su actitud apacible atormenta al diablo que no soporta ver al cristiano rumbo al Cielo a toda vela, lleno de la dulce esperanza de una celebración gloriosa al llegar a puerto. Por eso Satanás levanta todas las tormentas posibles con la esperanza de causar un naufragio o, al menos, de obligar al cristiano a arrastrarse hasta el puerto celestial con las manos vacías.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall