La importancia de comprender la naturaleza de los demonios ¿Para qué sirve conocer el alcance de la maldad del diablo?
Para varias cosas, entre ellas las siguientes.
1) Para convencer al pecador que se autojustifica. Si las buenas obras de alguien son mejores comparadas con las de los demás —esto es, si no son notablemente peores ni más viles que las de su vecino—, entonces la persona piensa que puede dar la talla con Dios. Para que el Espíritu Santo convenza a tal persona de su necesidad de Cristo, ella debe concordar con Dios en que toda su justicia es como trapos de inmundicia. Puede que ver lo contaminado que es el manantial que lo alimenta constantemente le ayude a comprender su propia maldad.
¿Te puedes imaginar de alguna manera la intensidad de la iniquidad de Satanás? Entonces tendrás idea del potencial que cada uno tenemos para el mal. El ser humano más noble, el soldado más moral o el filántropo más sincero, lleva dentro las mismas semillas de corrupción, la misma capacidad para el mal que el propio diablo. Si aún no se ha manifestado tu verdadera naturaleza, es por la intervención de la gracia de Dios. Porque hasta que seas una nueva criatura en Cristo, eres de la misma generación de víboras que la Serpiente: su simiente está en ti. El diablo solo es capaz de engendrar hijos como él.
Pecador, si no floreces a imagen de Satanás aquí en la tierra, seguramente lo harás en el Infierno. Allí las llamas quitarán la pintura que esconde tu rostro verdadero. En el Cielo, los cristianos serán como los ángeles en presteza, amor y constancia hacia Dios; en el Infierno, los condenados se revelarán como demonios, tanto en el pecado como en el castigo. Antes de excusarte con tus “buenas intenciones”, debes saber esto: si tu corazón es bueno, ¡también lo es el del diablo! Su naturaleza es mala, ¡y la tuya también! Las manchas que te parecen tan pequeñas e insignificantes son síntomas de una enfermedad mortal que llevas en tu interior. Sin la medicina del evangelio —la sangre de Cristo— aplicada personalmente, morirás como un leproso. El pecado es un mal hereditario que aumenta con la edad: el pecador joven será mañana un viejo demonio. La enfermedad siempre se transmite a la siguiente generación.
2) Para humillar al cristiano que se autojustifica.
El cristiano redimido por Cristo en su juventud debe reconocer el potencial de maldad que hay en su propio corazón. Puede verlo claramente reflejado en el espejo de la naturaleza del diablo. Realmente, para comprender el significado de la cruz en tu vida, has de darte cuenta de que eres tan deudor a la misericordia de Dios como el peor de los pecadores. Hasta que aceptaste el perdón de Cristo, tu alma estaba bajo la misma sentencia de muerte que la de Judas. Si no has pecado tan gravemente como otro, eso no significa que seas mejor persona; significa que Dios ha tenido misericordia de ti. Nuestra vieja naturaleza (cuyos residuos no se desechan hasta llegar al Cielo) lleva el sello diabólico de “traidor” desde el día de nuestro nacimiento. Nuestro soberano Dios tenía todo el derecho de aplastarnos por causa de ella en ese mismo instante, igual que nosotros matamos las víboras al nacer, no por algún mal que hayan cometido ya, sino porque conocemos su peligro potencial.
¿Puedes decir honradamente que cuando Dios te alcanzó, tus pensamientos eran puros y tus intenciones santas? ¿No estabas ya armado para la rebelión, con un espíritu codicioso, un corazón engañoso y una lengua mentirosa? Claro que tenías una naturaleza cargada de enemistad hacia Dios. ¡Allí estaba, como pólvora almacenada, esperando la llama! Ponte de rodillas con gratitud humilde hacia Aquel que envió su Espíritu y su gracia para frenarte, aun cuando tu naturaleza solo meditaba en llevar a cabo la guerra contra Dios y contra sus leyes.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall