La victoria es segura con la armadura Hemos visto el estado de peligro en que se encuentra el alma sin armadura; considera ahora el futuro glorioso del alma debidamente acorazada. ¿Quién rechazaría el honor de servir en el ejército del Rey de reyes? ¡Especialmente cuando la victoria ya está declarada! Esta es la seguridad que Pablo da a cada creyente que viste toda la armadura de Dios: “Para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”. Con ello, vuelve a poner el potencial del enemigo en su debida perspectiva. Pablo nunca pensó en asustar a los cristianos para que huyeran cobardemente, ni que perdieran la esperanza de la victoria al reconocer el poder enemigo. En su lugar, quiso alentarlos a la resistencia valiente, prometiéndoles la fuerza necesaria para la batalla y la seguridad de la victoria final. Estas dos ideas se implican en la frase: “Estad firmes contra las asechanzas del diablo”. A veces estar firme es una postura de lucha (Ef. 6:14); otras veces de victoria: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fina se levantará sobre el polvo” (Job
19:25). El polvo de la tierra, que hoy es el campo de todas las batallas sangrientas entre los cristianos y Satanás, un día será el estrado de Cristo, y ni un solo enemigo se atreverá a levantar la cabeza.
La condenación de Satanás
Satanás, con toda su astucia, nunca derrotará al alma protegida con la gracia verdadera, y esa lucha jamás terminará en empate. Examina la Palabra. No encontrarás en ella a ningún siervo fiel zarandeado y agitado por el enemigo que, al fin, no acabará obteniendo una victoria honrosa. Considera a David, Job, Pedro y Pablo: los que más sufrieron de quienes existe constancia. Y para que nadie atribuya la victoria de estos a su propia fuerza inherente, la gloria de la victoria solo es atribuible a Dios, en quien los débiles son tan fuertes como los más fuertes. Hay dos razones por que el creyente, que parece tener tanta desventaja, es tan invencible (cf. 2 Cor. 12:9; Stg. 5:11).
La maldición que pesa sobre Satanás
La maldición de Dios arrasa por donde vaya. Los cananeos, junto con las naciones vecinas, fueron presa fácil para Israel, aun siendo guerreros famosos. ¿Por qué? Por tratarse de naciones malditas. Los egipcios eran astutos —“Obremos con cuidado”, dijeron—, pero la maldición divina estaba clavada como una espina en el corazón de Egipto, y finalmente fue su ruina. De hecho, cuando los israelitas —los hijos del pacto — pecaron, y se convirtieron en objetos de la maldición divina— fueron pisoteados por los asirios.
Hay una maldición irrevocable que pesa sobre Satanás desde Génesis 3:14: “Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás…”. Y a la vez que la maldición actúa continuamente contra Satanás, obra eternamente a favor de los cristianos.
En primer lugar, le postra bajo los pies de ellos: “Sobre tu pecho andarás”. Esta postración de Satanás asegura al creyente que el diablo, con sus tretas, nunca levantará cabeza más alta que el pie del cristiano. Puede hacerte cojear, pero no puede matarte. Y la herida que inflige será contestada con otra en su propia cabeza: su completa ruina y la de su causa.
Además de restringir su postura, Dios también limita su comida. Satanás no puede devorar a quien quiera. El polvo es su alimento, lo cual parece confinar su poder a los malvados, los que son “de la tierra, terrenales”, los que son polvo. Pero las virtudes de los nacidos del Cielo se reservan para alimentar a Cristo, y sus almas, con toda seguridad, no son bocado para el diablo.
Los límites que Dios pone a Satanás
El diablo no puede tentar a nadie sin permiso de Dios. Cuando Cristo se marchó al desierto, fue llevado allí, no por un demonio, sino por el Espíritu Santo (Mt. 4:1). Todo sucedió con el permiso de Dios. Y el mismo Espíritu Santo que condujo a Cristo a la batalla, le dio la victoria. En cuanto hubo rechazado a Satanás, le vemos entrando en Galilea con el poder del Espíritu Santo (cf. Lc. 4:14).
Cuando Satanás tienta a un cristiano, solo sirve como mensajero de Dios. Pablo llamó al aguijón en su carne “un mensajero de Satanás” (2 Cor. 12:7). Otra traducción lo denomina “el mensajero, Satanás”, implicando que el mensajero fue enviado por Dios al apóstol. De veras que su encargo era demasiado bueno para ser propio de él, porque Pablo mismo dice que servía para mantenerlo humilde. El tentador nunca quiso hacerle tan buen servicio a Pablo, pero Dios le permitió ir a él para ejecutar su divina voluntad. El diablo y sus secuaces son instrumentos de Dios; haremos bien en dejar que solo Dios utilice al uno y maneje a los otros.
Que Lucifer escoja la forma: Dios le derrotará con cada arma. Si asalta al cristiano con la persecución, se encontrará con la oposición de Dios. Si obra con astucia, Dios también estará preparado. El diablo y toda su junta son bufones para Dios. Mientras más astucia y artimañas haya en el pecado, tanto peor, ya que se emplea contra un Dios omnisciente al que no se puede engañar. Pablo dice que “lo insensato de Dios es más sabio que los hombres” (2 Cor. 1:25). Él es más sabio en los débiles razonamientos de sus criaturas que Satanás en sus profundas intrigas; más sabio en sus hijos ignorantes que el diablo con sus Ahitofel y Sanbalat: “[Dios] frustra los pensamientos de los astutos” (Job 5:12). Al mostrar su sabiduría persiguiendo a los enemigos de los cristianos, Dios añade dulzura a la liberación final de estos. Después de perseguir al faraón por todas sus madrigueras y escondrijos, él partió el cerebro mismo de las intrigas del malvado rey y se lo sirvió a su pueblo, aderezado con su sabiduría y poder.
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall